ZONA DE LOS ALISIOS 
Busto de Bronce en homenaje a César Manrique

A la entrada de la zona “Los Alisios” nos da la bienvenida un busto de bronce en homenaje a César Manrique, que nos sirve como punto de inflexión para conocer un poco mejor la vida del artista y la evolución de su obra.

Manrique, nacido el 24 de abril de 1919 en Arrecife, en la isla de Lanzarote, vivió y viajó por muchos lugares del mundo, conociendo culturas, obteniendo influencias artísticas y dando a conocer su obra. Sin embargo, siempre añoró su tierra natal, a la que volvió para establecer su residencia hasta el día de su muerte, el 25 de septiembre de 1992.

Criado en el seno de una familia de clase media, la infancia de Manrique transcurrió junto al mar, entre pescadores y un paisaje árido, en ocasiones incluso inhóspito, donde aprendió a apreciar la belleza de lo natural, que solemos inconscientemente asociar con el verde de los bosques; pero que también se constituye del viento, la arena, la roca y el desierto. 

Su padre, Gumersindo, comerciante de profesión, ya presentaba cierta sensibilidad artística puesto que era aficionado a la fotografía. Otras amistades de su infancia, como la que entabló con los Millares, una familia culta y acomodada que se había trasladado desde Gran Canaria, serían influencias de gran importancia para su desarrollo como artista. 

Participó en la Guerra Civil Española, en el bando franquista, y se cuenta que a su vuelta a Lanzarote subió a su terraza, se despojó del uniforme, lo pisoteó y le prendió fuego, no volviendo a hablar jamás de su experiencia en la guerra.

Unos años después comenzó a estudiar la carrera de aparejadores en Tenerife, abandonándola a los dos años, para en 1945 mudarse a Madrid con el fin de seguir su verdadera vocación, las Bellas Artes, donde se graduó como pintor y profesor de pintura. Aunque se considera a Manrique un artista polifacético, y es muy reconocido por sus obras arquitectónicas, no poseía un título que lo acreditara como tal. Su estancia en Madrid terminó en 1964, tras la muerte de su compañera sentimental, la aristócrata Pepi Gómez, quien lo había introducido en el ambiente artístico y social madrileño. Ese mismo año se trasladó a Nueva York, que tras la II Guerra Mundial se había convertido en la capital del arte del mundo. Allí absorbió importantes influencias principalmente del arte pop. En 1966 volvería a Lanzarote, donde estableció su residencia definitiva.

Las vivencias en estos lugares se grabaron en su retina convirtiéndose posteriormente en parte esencial de su obra, un imaginario rebosante de naturaleza y tradición, pero con ciertos toques de modernidad; que determinarían su trayectoria personal y creativa y que siempre estarían presentes en sus composiciones.

Manrique reivindicaba un urbanismo respetuoso y sostenible, donde el ser humano tuviera una relación con el medio basada en el diálogo y no en la agresión, evitando al máximo los impactos paisajísticos. El éxito de sus ideas es aún hoy día palpable sobre todo en la isla de Lanzarote, donde el arte y la naturaleza se encuentran de la mano en cada rincón, y las casas destacan por sus colores blancos, sus elementos de madera y piedra y su homogeneidad, consiguiendo hacer que quedaran prohibidas todas aquellas construcciones que no sigan estos parámetros. Esto fue posible en gran medida gracias a uno de sus amigos de la infancia, Pepín Ramírez, quien llegó a ser presidente del Cabildo de Lanzarote, y confió en la visión de futuro de la isla que Manrique le presentó. 

Partiendo de esas ideas, en el “Complejo Turístico Costa Martiánez” podemos observar una clara muestra de sus influencias: respeto por la arquitectura canaria, paredes blancas, muros redondeados, elementos de piedra volcánica y madera; todo ello conjugado con la constante presencia del mar y nacimientos de agua, vegetación y ciertos elementos modernos que contrastan con aquellos más tradicionales.

Quién sabe cómo hubiera sido el desarrollo de la costa de Puerto de la Cruz sin la intervención de César Manrique, pues si bien es innegable el impacto ecológico que una construcción de la magnitud de esta obra puede haber tenido sobre el medio ambiente, si lo comparamos con el desarrollo turístico de otros lugares, veremos que la construcción desmedida y sin control han acabado con el litoral, que por suerte ha podido ser conservado en este caso gracias a la intervención del artista y su equipo.

César Manrique decía que la naturaleza es arte, y el arte naturaleza, son inseparables; pero también que hay que ser honesto con lo que hay. Consiguió que un espacio que estaba prácticamente abocado al fracaso de la especulación urbanística se transformara en un lugar donde arte y naturaleza van de la mano, donde la tradición es palpable, sin dejar de lado el ocio. Su intento de sentar las bases de un turismo sostenible que se trasladara a todas las islas no ha conseguido desarrollarse tras su fallecimiento como él seguramente hubiera deseado. Pero, a día de hoy, en un momento en el que tenemos más conciencia ecológica que nunca, trabajamos día a día para rendir homenaje a quien, con gran visión de futuro, supo que no es posible crecer sin proteger a la madre Tierra.